Paremos

La esposa de Timoteo Almonte, quien laboró durante años en el Listín, murió la semana pasada producto de un infarto fulminante.

Tenía apenas 40 años y tres hijos pequeños. A ella no la conocí, pero me enteré de este hecho tan triste cuando fui a la funeraria para dar el pésame a mi querida amiga la periodista Ydaisa Castillo.

Pues el mismo día que murió la esposa de Timoteo, también falleció Marcos, el compañero de Ydaisa. A Marcos nunca llegué a estrecharle la mano, pero sabía mucho de su manera de ser.

Es que Ydaisa siempre me hablaba de él, de lo buen esposo que era, de sus detalles maravillosos, como la vez en que le llevó un mariachi para que le cantara. Ella estaba feliz porque encontró en ese hombre una fuente de amor, apoyo y ternura invaluable.

Yo no sabía, me lo contó alguien cercano a esta pareja, que Ydaisa estaba preocupada por el exceso de peso de Marcos y luchaba para que comiera sano.

Como mucha gente en los cuarenta, Marcos y la esposa de Timoteo sufrieron la presión de las obligaciones, aumentaron de peso y no había mucho tiempo para hacer ejercicio. Entonces el motor del cuerpo se paró y dijo que no seguía más.

Me cuentan que todavía en la clínica, el adorado Marcos de Ydaisa daba instrucciones para la ofi cina. No es raro, eso hacemos la mayoría.

Patricia, una compañera de trabajo, me contaba con dolor, que no completó su licencia de maternidad y se reintegró al trabajo a los dos meses de dar a luz. Yudelka, una amiga abogada, tomó hace poco una decisión más radical.

En cuanto llegó a su casa, tras salir de la clínica, retomó sus obligaciones profesionales; yo hice algo similar hace diez años cuando nació mi primer hijo, me fui a estudiar fuera antes de concluir la licencia post parto y me perdí de verlo crecer en los meses más preciosos de su vida.

Eso hacemos las personas que somos padres y madres responsables, que sentimos sobre los hombros el peso del deber de mantener a nuestras familias y cumplir con el trabajo. Vivimos en una lucha a muerte contra el tiempo.

Las mujeres tratando de cuadrar lo imposible. Efi ciencia en el trabajo, apariencia física y casa impecables, hijos sanos, educados y felices, y marido satisfecho. Los hombres luchando por producir cada vez más, convencidos de que les queda mucho tiempo. Algunos comemos hablando por teléfono atendiendo llamadas del trabajo.

Eso hacía Mireya, otra persona amiga, hasta que un día se desmayó, sin razón aparente, en medio de la comida y ante el asombro de sus hijos.

Entonces ella decidió apagar el celular y detener un poco la carrera hacia la nada que iniciamos cada mañana, aún antes de levantarnos, porque algunos, todavía con la cabeza en la almohada, planeamos estrategias, cancelamos y nombramos gente, pedimos y concedemos préstamos, no nos damos ni el tiempo de despertar a la vida después de soñar.

Y pasa que, cuando miramos a nuestro alrededor, la mayoría de la gente está en lo mismo, por eso no nos resulta raro.

La pareja entra y sale corriendo igual que tú, hasta a los niños los subimos en el tren de la prisa y tienen que ir y venir pendientes del reloj, preparándose desde pequeños para que no se queden atrás en la lucha por la sobrevivencia, porque tienen que estar listos para un futuro que se perfi la aún más competitivo que este presente.

Y todos nos contagiamos de la premura y nos parece normal. Esa vorágine sólo se detiene cuando nos enteramos de casos como el de Marcos y la esposa de Timoteo. O el de Octavio, mucho más joven que éstos, que murió hace un año dejando a su hija y a su esposa desoladas.

Porque nosotros no paramos y es nuestro corazón, entonces, el que se para.

No entendemos que debemos detener la carrera para poder seguir.